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Lila Forero - 2017-01-15 19:49:29 Colaboraciones Buenos Aires - Con bastantes contratiempos, todavía con guerras, pobreza, enfermedades incurables, pero eso si: con mucha tecnología, finalmente llegamos al futuro. En apariencia, la mayoría de las cosas siguen siendo iguales a hace 20 años, sólo que se han estilizado: menos cables, más capacidad, menos tamaño, más funcionalidad, menos peso, más diseño. Pero si un aspecto ha sido sacudido con un avance notable, es el de los medios que diariamente usamos para comunicarnos, y de la misma manera, la forma en que lo hacemos se ha transformado también. Como diría mi hermano: “estamos en el siglo, donde nadie conoce la letra de los compañeros del trabajo, mi letra por ejemplo, es una Arial de 10 pt.” Ahora hay miles de opciones para contactarse con el otro, para añadirlo, seguirlo, stalkearlo, likearlo o bloquearlo. Y esos nuevos modos de relacionarse, han posibilitado otras alternativas de expresión para manifestar ideas, sentimientos y emociones. “Como han cambiado las cosas, ahora un like define hipócritas, enemigos, simpatizantes, lambones, polites, apoyo, los de uno, gente del mismo bando, detractores, falsos amigos y gente envidiosa. Triste, cierto y muy efectivo, más que un polígrafo.” Escribió hace poco mi amigo Nicolás (@SrPolite), en Facebook Por supuesto, como likeadora serial que soy, le di un merecido like, a tan acertado reflejo de lo que representa oprimir la manito con el dedo para arriba. Siempre se puede responder con una carita feliz Mi madre se queja de las conversaciones que tiene con mí tío, por whatsaap: “¡A mi hermanito no le gusta escribir nada!”. Ya, de por sí, es un importante esfuerzo para ella, controlar el teclado de su celular. Se pone las gafas, acerca y aleja el teléfono de sus ojos para enfocar mejor, toma impulso, y escribe mensajes que logra completar luego de varios minutos: “Mijito por favor, llámame MAÑANA AL Celular antes de llegar, y yo voy alistándome y bajo. NOS VEMOS A LAS 9:30, no?. Vamos a llevarle algo a Eduardo?”. Toda esa tarea meticulosa, sumada al desafío de encontrar la opción para que las letras vuelvan a aparecer en minúscula, tiene una respuesta extrañamente instantánea. Pasados tres segundos, suena la alerta de un nuevo mensaje. Vuelve a ponerse sus gafas, entrecierra los ojos para enfocar mejor, abre el whatsaap y se encuentra con una manito con dedo para arriba. Una mano amarilla que no le contesta si van a comprarle algo a mi tío Eduardo, si va a llamarla o no antes de salir, si va a llegar a las 9:30, 9:45 o las 10:00 a.m. Resignada y en compañía de la mano amarilla, baja las escaleras para ir a esperarlo desde las 9:30, en la puerta. Carita con corazón en la boca= claramente me ama A mi madre la persiguen los emoticonparlantes, porque lo mismo le pasa con mi hermano menor: “Esta mañana le pregunté si había llegado bien a la oficina, y no me contestó. Me aparecieron cinco caritas felices”. Una de las cosas que más me sorprende, de la irrupción de los emoticones en nuestra comunicación cotidiana, es el valor que adquirido algunos de ellos. Aparentemente, las caritas o lo que en los 90 llamábamos los smiles, en su versión siglo XXI, son más poderosos y elocuentes que cualquier palabra dicha o escrita, y sobre todo cuando se trata del amor. Por eso me llama mucho la atención escuchar afirmaciones como: “al despedirnos le dije que lo quería mucho, y él súper lindo me mandó una carita con corazón en la boca, estamos muy conectados”, ó “¡si! está feliz de verme, me puso la carita con los corazones en los ojos”. ¿Ingenuidad?, ¿la evidencia máxima del poder del símbolo?, ¿pereza en los dedos para escribir?, ¿falta de tiempo?, ¿el inicio de la extinción de las palabras?... no sé como llamarlo, pero conozco gente que tiene diálogos y peleas a punta de emoticones. “Me dio mal genio, porque no me había llamado en todo el día, cuando a las 4 de la tarde aparece, y me manda la carita con la sonrisa al revés. La carita me enfureció más, luego le contesté con la carita que está dudando y me puso un angelito, entonces le respondí la carita enojada, y no hablamos más”. Yo nunca fui muy amiga de los emoticones, aunque creo que muchos de ellos resultan funcionales para expresar sentimientos, pero a pesar de eso, no me imagino entablando un diálogo con ellos, sin utilizar las palabras. Y acepto públicamente que con un amor a distancia, los usé bastante, sobre todo para cerrar las conversaciones. Varias veces me cuestioné acerca de mi incursión al mundo de la ardillitas, las boquitas, los corazones y demás figuritas, que parecían calcomanías en el cuaderno de una niña de primaria. Pero he decidido volver a como una hija pródiga del lenguaje articulado, a la senda del uso de las maravillosas palabras que ofrece nuestro idioma, J.
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